Análisis histórico

Los juegos tradicionales y populares son propios de sociedades antiguas, agrarias, vinculadas estrechamente a los ciclos de la naturaleza (siembra, cosecha, trashumancia, estaciones del año, festividades religiosas, actividades económicas) de la que dependían en buena parte. Sociedades más o menos inmutables, donde los cambios eran siempre pocos y siempre lentos y el concepto de tiempo era, sin duda, distinto al actual. Eran, en fin, sociedades preindustriales y rurales, donde la calle (en las aldeas, en los pueblos, incluso en las pequeñas ciudades anteriores al siglo XIX) se constituía para los niños en una prolongación natural de la vida familiar y del hogar. El ocio infantil estaba, pues, en la calle, en sociedad con otros niños. Se jugaba en grupo, no en soledad; con otros niños, no con ordenadores o videoconsolas; en movimiento físico, no en la quietud sedentaria que impone la compañía de una máquina de juego; con juguetes muy primarios -o incluso sin juguetes, sustituyendo con ingenio la pobreza de recursos materiales-, no con sofisticados y caros instrumentos tecnológicos; el juego desarrollaba la sociabilidad y permitía el control social de la comunidad adulta, no favorecía el autismo y la autoexclusión. En fin, sería labor de gran interés la reflexión de padres, docentes y autoridades educativas sobre las nuevas formas de juego de nuestros jóvenes actuales.

Por lo demás, en esta aproximación al estudio de los juegos, hemos constatado que ni siquiera hay cierta uniformidad de criterios en los llamados juegos populares y tradicionales. De hecho, los autores consultados diferencian, con cierta arbitrariedad conceptual, entre juegos tradicionales, juegos populares y juegos autóctonos, con precisiones menores que no interesan a lo esencial de este trabajo.

¿Son determinados juegos de mesa de origen centenario juegos populares o tradicionales? ¿Lo fueron un día juegos que, andando el tiempo, evolucionaron hasta convertirse en deportes? ¿Son populares juegos tradicionales como el ajedrez o las damas chinas?

El juego de pelota puede encontrarse en el Japón feudal -donde servía como ejercicio militar de concentración y desarrollo de reflejos a los samuráis-, en las culturas precolombinas mesoamericanas –donde la competición, popular por el público asistente y aristocrática por los participantes, tenía un profundo sentido religioso- y en la Europa medieval –donde el juego, reservado a las clases más bajas, no tenía más finalidad que el divertimento.

En los murales de las tumbas egipcias y en los relieves de los templos hindúes se nos ofrecen pistas sobre juegos que, en su día, debieron ser quizá populares y tradicionales y de los que hoy no quedan más que suposiciones de historiadores. En este sentido, la modestia de nuestro trabajo no permite profundizar demasiado. Sabemos que juegos como los dados o la taba existían ya en Roma, que los antiguos griegos jugaban a la rayuela y que, por eso, muchos de nuestros actuales juegos tradicionales y populares –introducidos en España en ocasiones a través de las peregrinaciones del Camino de Santiago desde el siglo IX- deben tener seguramente un origen centenario.

Por este motivo, consideramos que los juegos tradicionales y populares deberían ser, como declaró la U.N.E.S.C.O., objeto de especial protección cultural por constituir un modesto pero imprescindible testimonio de la historia –o, si se prefiere, de la “intrahistoria”, como diría Unamuno- de la Humanidad. Sin embargo, las modernas sociedades desarrolladas, urbanas, sedentarias, opulentas, voraces consumidoras de cualquier nueva forma de ocio tecnificado que se presente en los mercados, no parecen ser el marco más adecuado para la conservación y la recuperación de tales juegos tradicionales.

Del mismo modo, sin dejar de mirar hacia el futuro, no sería mala cosa enseñar a nuestros niños y jóvenes el valor de conocer nuestro pasado. Y eso debería implicar el interés por conocer la forma en que generaciones enteras pasaban las horas y distraían el tiempo en un mundo en el que había espacio para la gallinita ciega, el escondite, las canicas, el pañuelo o la soga.